Después de analizar “Las Siete Reglas para el Éxito”, nos intentamos con otro texto inmediatamente siguiente y relacionado estrechamente con el éxito de ventas internacional de Stephen R. Covey: “La octava regla. De la efectividad a la excelencia “, Franco Angeli Editore. También esta vez, antes de analizar la estructura del ensayo, nos centramos en su título original: “El octavo hábito: de la efectividad a la grandeza” y lo que nos llamó la atención, además de las consideraciones ya hechas anteriormente sobre la asonancia entre los términos “Hábito” y “regla” es la palabra “grandeza”.
Es casi sorprendente cómo un término tan coloquial y de uso común puede convertirse en un término técnico real al leer este texto, tomando todos los matices de significado que lo caracterizan: desde el tamaño hasta la fuerza, hasta la verdadera excelencia de liderazgo.
Pero, ¿cómo puedes acostumbrarte a la excelencia?
¿Cómo no podemos considerar este estado únicamente como un final feliz al final de una larga carrera laboral repleta de experiencias y éxitos y, en cambio, acostumbrarnos a vivir nuestra excelencia personal día tras día al servicio de la empresa, como una disciplinada y creativa forma mentis?
Al principio casi (respetuosamente) parecía que esta vez Stephen Covey se había dejado llevar y había pecado de presunción, o más bien de demasiada confianza en su vecino, un rasgo que, sin duda, lo distinguía como comunicador, como entrenador y, hoy también se diría que es un influyente. Sin embargo, como ya se mencionó, la estructura sistemática y, al mismo tiempo, estrictamente analítica del texto, acompañada de hojas de resumen, cuadros de ejercicios y numerosas historias de experiencia obtenidas en el campo, hacen de este ensayo un maravilloso manual para aprender a pensar en la excelencia, visualizándolo como una forma de establecerse, de comunicarse y, por lo tanto, de ser, y no como un objetivo a alcanzar fuera de nosotros mismos: un camino de vida, incluso antes del trabajo, hacia el concepto más elevado de la sabiduría. Directo, pero profundo, a veces conmovedor, a veces divertido, aunque sigue siendo un libro extremadamente técnico y científico, el estilo de Covey sigue siendo confidencial y reconocible, como el de un maestro que se sienta en el escritorio después de una lección y deja algo escrito sus alumnos, con el objetivo de hacerlos sentir cómodos y no solo a la altura de la situación, casi como Sócrates, hace siglos.
En resumen, las reglas importan y puedes y debes estudiar y aprender, pero siempre haciéndolas tuyas gracias a los caminos de la experiencia, como en un diario personal, porque, como escribe Covey: el liderazgo es una elección, no una posición. La necesidad de esta octava regla, como explica el autor, surge de los cambios profundos, continuos y rápidos en el mundo del trabajo, cada vez más influenciados por la tecnología, que ven en las siete reglas una base necesaria para ingresar al juego y un punto comenzando por la excelencia como una dimensión de entusiasmo y deseo de cuestionarse continuamente, experiencia tras experiencia, mirando la sabiduría como un valor invaluable.
Esta octava regla es encontrar su voz e inspirar a otros a encontrar la suya, la verdadera esencia del liderazgo constructivo. De hecho, después de haber logrado encontrar su propia voz, no hay nada mejor que ponerse al servicio del coro para armonizar y modular la melodía del éxito. Para obtener este resultado que, a su vez, es un nuevo punto de partida, es necesario iniciar un camino de reflexión y conciencia basado no solo en una comunicación efectiva, sino también altruista hacia aquellos que dependen de nosotros líderes, a través del intercambio de valores comunes y estrategias. Ser un modelo de humanidad positiva es, según Covey, la mejor manera de ser un líder, porque conduce a una competencia constructiva que no es más que imitación. Es por eso que Covey a menudo toma prestado el mundo de la infancia y también de la escuela nuevamente para muchas de sus lecciones.
La sabiduría es empatía, pero también autoridad hacia los demás y autoconciencia de uno mismo. El texto concluye con algunos apéndices útiles que centran concretamente algunos consejos sobre cómo lidiar con algunos momentos de cambio en el contexto y en el clima corporativo. En este sentido, el análisis de los diversos tipos de inteligencia que residen en cada uno de nosotros fue interesante y cómo, al mejorar la llamada “inteligencia espiritual” también se obtienen beneficios concretos en la inteligencia práctica, mental y emocional, como un unicum indispensable en el plan de estudios de todos nosotros.
Articolo di Alessandra Rinaldi
Traduzione di Sara Trincali